lunes, 30 de julio de 2012

A la espera...

Siempre esperando y esperando. Así nos pasamos la vida hasta que nos damos cuenta de que "hay que dar gracias por cualquier cambio que nos traiga, porque llegará el día en que ya no habrá más cambios".
Así estaba yo una preciosa tarde de viernes, dando gracias por estar aquí y por hacer lo que quería. Pero justo cuando intentaba dar fin a mi gratitud, un demonio enfurecido se apoderó de mi casa de una forma que a nadie le gustaría recordar. Llamadas de teléfono, gritos cada vez más intensos, llantos de desesperación y un miedo atroz. Mucho miedo. Había que salir corriendo e intentar fumigar aquella plaga de sentimientos enardecidos.
Fue una larga tarde de julio. Mis tíos y yo esperábamos en la típica sala cuadrada, con incómodos sillones oscuros, la maquinita de agua al lado del baño, las otras máquinas con cositas para comer y mucha gente. Personas cargadas de historias con diferentes motivaciones y esperanzas.
Una mujer con su hija, que no sabía si iban a operar finalmente a su marido de apendicitis o si lo iban a dejar de aquella manera. Un señor mayor, que esperaba ansioso alguna noticia de una hermana que padecía dolores en el pecho. Y otra señora flaca y menuda, que venía pidiendo dinero a los cuatro vientos y a la que tuve que ayudar porque se le cayeron todas las monedas al suelo. Vamos, el verdadero circo de la vida misma.
Esa noche tuvimos que volver con las manos vacías. Hasta el día siguiente no se podía hacer nada. Así que encendí la televisión de casa y me puse a escuchar las deslumbrantes palabras de una niña caprichosa. Sí, una niña que vive a cuerpo de rey y que cobra gracias al dinero del pueblo. Luego agradecí ver en las redes sociales la famosa página, "jódete tú, zorra". ¡Qué escándalo!
Finalmente, el sábado recibimos buenas noticias. El demonio se había esfumado. Un pequeño susto con el que pude saborear los estragos del pánico.


"La vida es una gran sala de espera"
Los Rodríguez (Banda de rock española)

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