No sé cuánto tiempo estuve vagando por las calles, pisoteando mi dignidad a base de intensas carreras e intentando encontrar mi camino. Me dirigí hacia el sitio indicado y la encontré. Allí estaba ella, su vestido azul, su pelo brillante peinado en un moño precioso y su silla de ruedas. Cuando pasé por ella y mientras su perfume de lavanda me acariciaba como una pluma, saludó amablemente y movió su boca trazando una gran sonrisa. Y entonces ocurrió algo indescriptible que me hizo crear esta entrada. "Hola, ¿qué tal? Antes vi pasar a tu madre". Jamás pensé que ella podría suponer que yo era el hijo de mi madre, quiero decir, que seamos de la misma familia sin habernos visto nunca juntos. Hasta ahora siempre saludaba a mi madre cuando pasaba sola en el coche y me saludaba a mí cuando salía solo a correr. Pero mientras saludaba, intentaba enlazar a todas las personas que vivían en aquella calle. No sólo era dichosa sino que también trataba de conocer la vida que le rodeaba ahí fuera con los pocos medios de los que disponía.
Pese a los tiempos que corren, en los que ya no puedes colocar santos con fecha de caducidad en los mejores pedestales o en los que debes luchar durante meses y meses por un buen café, ella siempre se sentía afortunada. Pasaba horas y horas en la puerta de aquel garaje, sentadita en su silla y saludando a todo el vecindario. Sus circunstancias no le negaban el gran placer de sentir la belleza de estar vivo. Aunque los vecinos salieran a la calle para tirarse los trastos a la cabeza, ella mantenía la compostura en su trono y no dejaba que tales perturbaciones incordiaran a su preciada vida. Ella es FELIZ A PESAR DE TODO.
"Las fuerzas naturales que se encuentran dentro de nosotros, son las que verdaderamente curan nuestras enfermedades"
Hipócrates de Cos (Médico griego)
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