Un día lluvioso no tiene nada de importancia si lo pasamos en casa con nuestros seres queridos, junto a la estufa y con una mantita que nos protege de todo mal. Pero, ¿qué pasa cuando no tenemos esa mantita, esa estufa y esos seres a nuestro lado y los convertimos en fango, caminos imposibles y unos pies descalzos que son capaces de caminar sobre cualquier superficie? Pues lo que pasa es que nos remontamos a los tiempos de antaño, aquellos tiempos en los que la mujer de nuestra tierra era capaz de recorrer medio monte en busca de ciertos matojos que servían de abono para las plataneras de la isla. Digo esto porque esas mujeres tan trabajadoras y dispuestas a cualquier cosa por un plato de comida, son hoy en día nuestras abuelas.
Mujeres trabajadoras e incansables que se levantaban a las cinco de la mañana para comenzar una nueva aventura y para darlo todo en su búsqueda. Salían de sus casas con unas simples lonas que a veces no tenían arreglo y no había más remedio que ser fuerte y mostrarle los pies descalzos al mundo. Parece mentira, pero tal y como dice la canción, todos pertenecemos a una raza antigua de pies descalzos y de sueños blancos.
Esos sueños blancos son los que llevaron a mi abuela a recorrer estos mundos con muchas ganas y con la única compañía que su fuerza interior le daba. Por supuesto, había premio, pero no era proporcional a las horas de sufrimiento y cansancio que se pasaba en las viejas cumbres chicharreras.
Cuarenta kilos de matojos se pagaban a veinte pesetas, mientras que hoy nos quejamos por los trescientos euros de la pensión o los seiscientos del sueldo, que a mitad de mes se disuelven como azúcar en agua. Estoy de acuerdo con el cambio que se ha producido en la calidad de vida desde entonces, pero que no lleguemos a fin de mes con seiscientos euros y en aquel entonces se hiciera un mundo con veinte pesetas, ¿será culpa de la economía y el sistema político actual o de la administración que nosotros mismos llevamos a cabo de nuestro propio dinero? Muchos buscan la respuesta en la primera parte, pero sin duda, lo segundo tiene mucho que ver.
Ahí están ellas, no sólo para hacernos el gusto, darnos comida hasta escupir, llevarnos de viaje o simplemente darnos un billete de veinte euros, sino para recordarnos que ellas han pasado por muchos momentos difíciles, han vivido diferentes transiciones en su propia vida y en la sociedad en la que vivían, han llorado muchas más lágrimas que tú y sin embargo, siguen ahí. No con la misma superficie, ni con los mismos huesos u órganos, pero son aquellas mujeres que lucharon lo que nadie sabe para que hoy estemos aquí.
"Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar"
Ernest Hemingway (Escritor y periodista estadounidense)
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