jueves, 14 de abril de 2011

Las más sabias

Un día lluvioso no tiene nada de importancia si lo pasamos en casa con nuestros seres queridos, junto a la estufa y con una mantita que nos protege de todo mal. Pero, ¿qué pasa cuando no tenemos esa mantita, esa estufa y esos seres a nuestro lado y los convertimos en fango, caminos imposibles y unos pies descalzos que son capaces de caminar sobre cualquier superficie? Pues lo que pasa es que nos remontamos a los tiempos de antaño, aquellos tiempos en los que la mujer de nuestra tierra era capaz de recorrer medio monte en busca de ciertos matojos que servían de abono para las plataneras de la isla. Digo esto porque esas mujeres tan trabajadoras y dispuestas a cualquier cosa por un plato de comida, son hoy en día nuestras abuelas.
Mujeres trabajadoras e incansables que se levantaban a las cinco de la mañana para comenzar una nueva aventura y para darlo todo en su búsqueda. Salían de sus casas con unas simples lonas que a veces no tenían arreglo y no había más remedio que ser fuerte y mostrarle los pies descalzos al mundo. Parece mentira, pero tal y como dice la canción, todos pertenecemos a una raza antigua de pies descalzos y de sueños blancos.
Esos sueños blancos son los que llevaron a mi abuela a recorrer estos mundos con muchas ganas y con la única compañía que su fuerza interior le daba. Por supuesto, había premio, pero no era proporcional a las horas de sufrimiento y cansancio que se pasaba en las viejas cumbres chicharreras.
Cuarenta kilos de matojos se pagaban a veinte pesetas, mientras que hoy nos quejamos por los trescientos euros de la pensión o los seiscientos del sueldo, que a mitad de mes se disuelven como azúcar en agua. Estoy de acuerdo con el cambio que se ha producido en la calidad de vida desde entonces, pero que no lleguemos a fin de mes con seiscientos euros y en aquel entonces se hiciera un mundo con veinte pesetas, ¿será culpa de la economía y el sistema político actual o de la administración que nosotros mismos llevamos a cabo de nuestro propio dinero? Muchos buscan la respuesta en la primera parte, pero sin duda, lo segundo tiene mucho que ver.
Ahí están ellas, no sólo para hacernos el gusto, darnos comida hasta escupir, llevarnos de viaje o simplemente darnos un billete de veinte euros, sino para recordarnos que ellas han pasado por muchos momentos difíciles, han vivido diferentes transiciones en su propia vida y en la sociedad en la que vivían, han llorado muchas más lágrimas que tú y sin embargo, siguen ahí. No con la misma superficie, ni con los mismos huesos u órganos, pero son aquellas mujeres que lucharon lo que nadie sabe para que hoy estemos aquí.

"Se necesitan dos años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar"
Ernest Hemingway (Escritor y periodista estadounidense)

domingo, 3 de abril de 2011

Rigor y Dureza

La dureza, en física de materiales, es la propiedad que tienen los materiales de resistir el rayado y el corte de su superficie, y el rigor, es sinónimo de severidad excesiva. Pues resulta que alguien en algún momento me dijo que debía salir de la isla para conseguir un cierto rigor y una gran dureza, pero es difícil llegar a conseguir esto si todavía andan merodeando sus ojos en mi cabeza. Unos ojos que a simple vista podían parecer iguales al resto, pero que mostraban una sinceridad única y exclusiva que jamás nadie hubiese podido contar con palabras.
La primera vez que los vi fue una noche de otoño, donde la contaminación lumínica de la gran ciudad y los focos multicolor de los locales, definían un color pardo sobre todo lo que iluminaban. Obviamente no fue en este momento cuando pude saborear esa sinceridad de la que hablo, ya que todo parecía del mismo color.
Poco después los volví a ver, pero desgraciadamente también era de noche y sólo podía percibir un triste color azul marino en ellos, que la luna dejaba ver. Digo triste porque se notaba una pequeña capa de líquido brillante que podía hacer pensar que la persona estaba llorando, pero no era así, la tristeza iba engarzada a ellos y pedían ayuda y cariño a toda costa, a pesar de que sus "sentidos vecinos" intentaban demostrar otra cosa.
No pude ver otra cosa en ellos hasta la cuarta vez que los vi. Esta vez estarían sometidos a la luz solar y sería la única hasta ahora en la que pude saborear todo el rango de colores que aquellos ojos podían emitir.
Comenzaron siendo marrones y podían cambiar a verde esperanza cuando algún rayito de sol los iluminaba. No cualquier tipo de verde esperanza, un verde cuya esperanza me hizo pensar que los seguiría viendo toda la vida, pero en cuanto ese pensamiento tocaba mi cabeza, los ojos volvían a ser marrones y todo aquello era sólo una ilusión.
El último color que pude observar era un cierto rojo que mostraba una especie de dolor e impotencia por los que esa persona estaba pasando y ya no podía más e iba a tirar todo al traste, sin pensar que había gente que le apoyaba y que estaban ahí siempre que quisiera. De todos modos, este color no era muy puro y sólo se podía percibir cuando les llegaba la luz artificial de una simple farola.
En fin, unos ojos que por el día eran marrones y por la noche azules de tono oscuro, y que en algunos momentos podían mostrar una cierta esperanza de color verde y un cierto dolor de color rojo, que nadie hasta este mismo momento ha podido mostrarme de ninguna manera.

"Al mirar tus ojos no sé si estoy en el cielo o ahogándome en el mar"