"Dos amigos recorrían el Camino de Santiago. Un día, quizá por el cansancio, el sol y el polvo, uno de ellos pegó un empujón al otro. El empujado se paró y en la arena escribió: <<Hoy mi verdadero amigo me empujó>>. Pasaron las jornadas de caminata y, quien en su día fue empujado, estaba a punto de ahogarse en un río bravo. Sin pensárselo, su amigo se lanzó y le salvó. Acto seguido, escribió: <<Hoy mi verdadero amigo me salvó la vida>>. Pero esta vez lo grabó con una navaja en la piedra."
Son momentos duros, momentos para escapar corriendo, aquellos en los que abandonamos el juego y salimos perdiendo. No hay ganas para afrontar absolutamente nada y la tristeza deshoja los pocos pétalos que alegran nuestro rostro. Las heridas, traviesas y profundas, desmienten cualquier tipo de felicidad que mostremos ante las cámaras. Así es, nuestro dominio óptico no es capaz de percibir tal fenómeno del organismo. Maligno, perverso y tan dañino como el tabaco. Un virus inmortal.
Mantente alejado nos dicen los especialistas, tratando de resolver lo que no tiene solución y animando lo que la brisa abandonó. Pero cuando todo parece perdido, aparece, de la nada, como un sol naciente. Te esperaba amigo. Apareciste en el momento justo y necesario. No puedo estar más seguro de lo que digo. Los hilos fueron movidos de una forma extraordinaria. No sé quién, cómo ni por qué, pero lo hizo. Cerrar una puerta y abrir una ventana del tamaño del Big Ben sólo puede ser algo de origen divino, algo antinatural, algo que nuestras mentes no pueden alcanzar. Solamente queda decir gracias. Gracias por venir y estar aquí, por aguantar y prevenir. Por estar a la altura de las circunstancias y no desistir. En definitiva, gracias por existir.
"Siempre me ha parecido que a un ser humano sólo le puede salvar otro ser humano"
Heinz Günther Konsalik (Escritor alemán)
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